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En la Argentina, alrededor del 80% de las familias convive con al menos una mascota. Las estimaciones más recientes indican que en el país hay unos 9 millones de perros y 3 millones de gatos. En la Ciudad de Buenos Aires, por ejemplo, son 861.182, es decir que hay más peludos que niños porteños de hasta 14 años (que son unos 460.000). Uno de ellos es mi perro Berlín.
Cuidar un animal es cuidar. No hay tautología alguna en esta idea, aunque lo parezca. Quienes nacieron en el milenio pasado recordarán a perros y gatos viviendo en el patio, sin permiso para colarse en los ambientes de la casa, comiendo trozos de bofe o sencillamente las sobras del almuerzo. ¿Vacunas? Pocas. ¿Veterinario? Poco. ¿Paseos por la vereda, chapita identificatoria, juguetes propios? Cero.
En Buenos Aires, la legislación, la escuela, las infatigables campañas de asociaciones proteccionistas y los medios van logrando "educar al soberano", sembrar empatía, torcer (aunque sea parcialmente) el antropocentrismo. Hay mucho camino por delante, pero algunos aspectos mejoran.
Cuidar un animal es aprender. Los síntomas son invisibles sin información. Y la información es un bien precioso, en este mundo intoxicado de palabras que no sirven para nada. Berlín tiene un diagnóstico de diabetes y eso desestabiliza. ¿Qué se hace con la diabetes?
En pocos días, hay que aprender a usar jeringas y agujas, tiras reactivas y el glucómetro que presta el veterinario. ¿Dónde pinchar? ¿Cómo hacerlo bien si nadie tiene preparación idónea? ¿Y si lo dañamos intentando hacerle un bien?
Cuidar un animal es buscar ayuda. Hay pacientes con experiencia que acompañan, sugieren, aportan el contacto de un endocrinólogo o sencillamente cuentan su historia para que nadie se sienta solo. Hay asociaciones, hay artículos, hay veterinarios que crean contenido al respecto en redes sociales. Y hay gente da un paso más.
Es el caso de las personas que fundaron una organización llamada Azucarados 4 patas que, además de colaborar en la detección temprana, consigue donaciones de insumos para asistir a las familias que lo necesitan y apuntala el trabajo de legisladores como Emmanuel Ferrario, impulsor de la Ley Huellas, aprobada en septiembre por la Legislatura de la Ciudad.
La normativa aumenta las penas contra la crueldad, el abandono y la cría ilegal. Pero ese es el primer paso. Mientras, Berlín lucha contra la diabetes. Su familia está aprendiendo a acompañarlo. Y muchas otras personas en la Ciudad tienden una mano para que esa pelea angustiante sea un poco menos solitaria.
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