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Una rama le sirve al capataz para marcar la frontera. De un lado de la línea, la instalación del agua corriente, del otro, el abandono. “¿Me van a poner el agua?”, pregunta una incrédula vecina. “Depende de qué lado está usted”, dice el personaje de Rodolfo Ranni, sobrador. “Aca termina un partido y empieza otro. De acá para allá, una municipalidad, de acá para allá, otra”. Claro, hay una forma de desdibujar el límite: unos cuantos billetes. Un soborno.
Si algún desinformado pone Play hoy a la película El arreglo, de Fernando Ayala, estrenada en 1983, podría pensar que se filmó hace unos meses. O unos pocos años. El conurbano profundo intacto, el de los almacenes y las casitas con cortinas de plástico en tiras, el de las calles sin asfaltar pobladas de perros, el de las paredes sin revocar, con vecinos agotados que bombean y naturalizan el “se acabó el agua”.
Ranni filmó esa película con 45 años. Ahora tiene 88 años y sabe que en algunas zonas nada ha cambiado. La historia sigue siendo un espejo de la peor argentinidad, pero también de la honestidad de esos argentinos incorruptibles que parecen nadar a contramano en entornos podridos.
Luis Bellomo (Federico Luppi), pintor de brocha gorda, decide no pagar la coima, a pesar de que medio barrio accede en pos de “la bendición” del agua corriente, y va a fondo en su idea de la honestidad, los principios, el sostenimiento de cierta moral y el ejemplo a los hijos. No cede ni aunque el barrio lo tilde de “culo sucio”, porque no gozará de la magia de abrir una canilla y ver el agua caer sin esfuerzo ni miedo de que las napas se sequen.
“Conmigo no cuenten. No entro”, avisa Bellomo y se queda solísimo con su decencia jugando a las bochas. Ese personaje abofetea hasta hoy. Cuántos Luises inflan el pecho por mantener la dignidad y la independencia y luchan por no alimentar al monstruo. Nos acorrala a pensar hasta dónde se puede plantar bandera cuando la honradez va en detrimento de la mejora en la calidad de vida. ¿Y si mantener en alto la cabeza lo convierte en el villano capaz de desatender las necesidades primarias de su familia? ¿Se puede ser heroico a costa del sufrimiento de los que más amamos?
Con guion de Roberto Cossa y Carlos Somigliana, y un elenco notable, ensamblado a la perfección (Julio de Grazia, Haydeé Padilla, Susú Pecoraro, Andrea Tenuta...) esta perla que se estrenó siete meses antes de la asunción de Raúl Alfonsín aparece de vez en cuando en Tik Tok como un recorte fugaz que no llega a representar su verdadera hondura.
La cinta a la que el crítico Jorge Abel Martín definió “crónica de una lucha estéril y solitaria”, es una pintura costumbrista sencillita que debería ser sugerencia didáctica para profesores del secundario.
Una reflexión necesaria en medio de noticias sobre el arsénico, el plomo y otros venenos silenciosos, y cifras estimadas de 7 millones de argentinos sin acceso al agua potable.
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