
En estos tiempos turbulentos, desconcertantes, opresivos y, por qué no decirlo, dolorosos, decidí remitirme a los libros de mi educación primaria, esto es al período 1955-1961. Comencé por indagar en la parte más recóndita de mi biblioteca en la que guardo aquellos libros que ya no pienso volver a leer. Esta retrospectiva literaria se basa en mi preocupación por la educación de los jóvenes de hoy. Porque tengo la impresión hace ya muchos años de que la educación en nuestro país no es una prioridad que debe movilizar a las autoridades y, quizás, a buena parte de nuestra sociedad.
Encontré en esa búsqueda bibliográfica mi libro de lectura de sexto grado, cuyo título reza simplemente: Pensamiento (Editorial Troquel, editado en diciembre de 1957). Un libro compuesto por escritos cortos o capítulos de grandes escritores argentinos y de otras geografías de este maravilloso mundo, tales como: Leopoldo Lugones, Lucio V. Mansilla, Bartolomé Mitre, Miguel de Cervantes Saavedra, Esteban Echeverría, Baldomero Fernández Moreno, Domingo Faustino Sarmiento, Miguel Cané, José Hernández, Ricardo Rojas, Guillermo Enrique Hudson, Jorge Manrique, Horacio Quiroga y tantos otros de ilustre prosapia.
Al releer algunas de sus páginas me preguntaba hoy más que nunca: ¿qué nos pasó a los argentinos, que tuvimos una calidad educativa inigualable, comparable con los países de gran desarrollo socioeconómico? ¿Qué le pasó a un país que engendró personajes de altísimo valor en casi todas las áreas del quehacer humano? Pensemos que en nuestra escuela primaria ese libro formaba parte de la currícula, curricula que por cierto hablaba de los principios y valores que exhibieron y vivieron los que construyeron nuestra Patria, en la que incluyo a mis abuelos inmigrantes y a mis padres, que solo alcanzaron a terminar la escuela primaria.
La famosa y tan acertada sentencia de Sarmiento de “educar al soberano” se cumplió durante muchos años. Este es un ejemplo de esa aseveración, ya que en mi escuela pública de la localidad de Adrogué (Escuela N° 6, Gral. Manuel Belgrano), hoy parte de la geografía del AMBA, y en este ejemplo a través de las letras, se le presentaban a las jóvenes generaciones de niños de 11 años aquellos valores y principios rectores de nuestra nacionalidad. Pero permítanme transcribir una de esas lecturas, en este caso del talentoso Esteban Echeverría (1805-1851):
El hombre de honor es veraz, no falta a su palabra, no viola la religión del juramento; ama lo verdadero y lo justo; es caritativo y benéfico; el hombre de honor no prevarica, tiene rectitud y probidad, no vende sus favores cuando se halla elevado en dignidad.
El hombre de honor es buen amigo, no traiciona al enemigo que viene a ponerse bajo su salvaguardia; el hombre de honor es virtuoso, buen patriota y buen ciudadano; el hombre de honor detesta la tiranía porque tiene fe en los principios y no es egoísta. La tiranía es el egoísmo encarnado.
El hombre de honor se sacrifica, si es necesario, por la justicia y la libertad. No hay honor ni virtud sin sacrificio, ni habrá lugar al sacrificio permaneciendo en la inacción.
El que no obra cuando el honor lo llama, no merece el título de hombre; el que no obra cuando la patria está en peligro, no merece ser hombre ni ciudadano.
El sacrificio es aquella disposición generosa del ánimo que lleva al hombre a consagrar su vida y facultades, ahogando a menudo las sugestiones de su interés personal y de su egoísmo, a la defensa de una causa que considera justa, al logro de un bien común a su patria y a sus semejantes; a cumplir con sus deberes de hombre y de ciudadano siempre y a pesar de todo, y a derramar su sangre si es necesario para desempeñar tan alta y noble misión.
Solo es digno de alabanza el que conociendo su misión, está siempre dispuesto a sacrificarse por la patria y por la causa santa de la libertad, la igualdad y la fraternidad.
Solo es acreedor a gloria, el que trabaja por el progreso y bienestar de la humanidad.
El que ambiciona gloria, la fabricará con la acción intensa de su inteligencia y sus brazos.
“La libertad es el pan que los pueblos deben ganar con el sudor de su rostro” (La Mennais).
El sacrificio es el decreto de muerte de las pasiones egoístas. —Ellas han traído la guerra, los desastres y la tiranía al suelo de la patria. Sólo sacrificándolos lograremos redimirla, emular las virtudes de los que le dieron ser, y conquistar nobles lauros.
(Extracto de “El honor y el sacrificio, móvil y norma de nuestra conducta social”, de Dogma socialista).
Queridos amigos, les dejo esta reflexión para que me ayuden a responder mi inquietante y por qué no dolorosa pregunta, y así quizás encontrar el camino virtuoso de “la libertad”.
