
(Princeton) Algo acaba de ocurrir en Alemania. Una jurista muy respetada, nominada por el gobernante Partido Socialdemócrata (SPD) para el Tribunal Constitucional del país, ha declinado su candidatura tras una incesante campaña de desprestigio por parte de periodistas y políticos de derecha. Peor aún, fue el propio socio de coalición del SPD, la Unión Demócrata Cristiana (CDU), de centroderecha, quien repentinamente pasó de apoyar la candidatura de Frauke Brosius-Gersdorf a considerarla inaceptable.
Este sabotaje de un procedimiento hasta ahora consensuado es un ensayo para introducir en Alemania una política de guerra cultural al estilo estadounidense. El objetivo es despojar a cada vez más miembros de la centroderecha que alguna vez lideró la excanciller Angela Merkel, y avanzar hacia el acuerdo que ya se ha establecido en otras democracias europeas: una alianza entre la centroderecha y la extrema derecha populista.
Es cierto que el Tribunal Constitucional alemán, si bien es uno de los más respetados e influyentes del mundo, no siempre ha estado exento de polémica. A mediados de la década de 1990, provocó la ira de los conservadores cuando dictaminó que las escuelas laicas de Baviera no podían exhibir crucifijos en sus paredes. Pero el proceso de nombramiento de jueces siempre se ha librado del espectáculo que nos resulta tan familiar en Estados Unidos. En lugar de celebrar audiencias muy publicitadas, televisadas y siempre polarizadoras, los partidos se reúnen a puertas cerradas para proponer una lista equilibrada de candidatos, cada uno de los cuales debe obtener el apoyo de una super mayoría en la Cámara Baja.
Como ocurre con tantos otros aspectos de la política europea, este proceso se ha visto complicado por el éxito de los populistas de extrema derecha. Alternativa para Alemania (AfD), actualmente el segundo grupo más grande del Parlamento, ha venido exigiendo su “propio juez”, objetando que los partidos alemanes más pequeños -los Demócratas Libres promercado y los Verdes- tengan el derecho a nombrar a los miembros del tribunal. En el estado federado de Turingia, donde AfD ganó las últimas elecciones, el partido ha bloqueado eficazmente el nombramiento de nuevos jueces como protesta por lo que considera una exclusión injustificada.
Pero no fue principalmente la extrema derecha la que desbancó a Brosius-Gersdorf. Más bien, se enfrentó a una campaña de críticas más amplia que pretendía retratarla como una radical de izquierda que supuestamente busca liberalizar completamente el aborto e introducir la vacunación obligatoria contra el COVID-19. No solo un colega profesor de derecho alteró su entrada en Wikipedia para hacerla parecer una “activista”, sino que el arzobispo de Bamberg la atacó en un sermón -solo para admitir, tras una conversación personal con la candidata, que había sido “mal informado”.
Alemania nunca ha tenido el equivalente a Fox News (mientras que Francia ahora cuenta con CNews, uno de cuyos periodistas más reconocidos incluso se presentó como candidato destacado a la presidencia francesa en 2022). Sin embargo, grupos nuevos relativamente pequeños de extrema derecha -que afirman ser “la voz de la mayoría”- han ganado cada vez más influencia dentro de la CDU. Un miembro de la CDU declaró recientemente, en efecto, que cualquiera que no adhiera a las doctrinas del derecho natural no puede ejercer de juez. De repente, la supuesta corriente dominante se hace eco del discurso populista de que los tribunales deben, ante todo, “representar al pueblo” (en lugar de defender la Constitución).
La CDU lleva tiempo sumida en una crisis intelectual. Hoy en día, casi nadie puede articular los principios fundamentales del partido. Es cierto que, al igual que los conservadores del Reino Unido, los democristianos alemanes se enorgullecieron durante mucho tiempo de su pragmatismo, cultivando una imagen de partido competente y por defecto de gobierno. Asimismo, el pensamiento del derecho natural ocupó un lugar destacado entre los democristianos en el período de posguerra. Pero precisamente por su interés en el poder, los democristianos -como los Tories británicos- se adaptaron cuidadosamente a una sociedad cambiante. El resultado irónico es que ahora tachan de “radical” a una jurista que, en realidad, parece representar al “pueblo” -en la medida en que defiende opiniones que cuentan con el apoyo de la mayoría.
Tradicionalmente, los democristianos han seguido una estrategia política de mediación entre diferentes grupos e intereses, siguiendo lo que la doctrina social católica ha defendido durante mucho tiempo como una visión de la armonía social. En este sentido, Merkel -siempre deseosa de equilibrio y compromiso- seguía practicando el modelo tradicional.
Pero los actuales guerreros culturales de derecha son promotores de la polarización. A menudo armados con desinformación, buscan agudizar los conflictos y dividir a los electores entre amigos y enemigos, lo que los ha llevado a atacar el punto débil de la centroderecha. Al sentirse presionados por la extrema derecha, los democristianos creen que deben demostrar a sus electores que siguen siendo genuinamente conservadores -a diferencia de la supuestamente ultraliberal Merkel, que finalmente terminó apoyando reformas como el matrimonio igualitario.
Mientras que el arzobispo de Bamberg se mostró dispuesto a hablar directamente con la candidata, los diputados de la CDU se negaron a hacerlo. Este comportamiento representa un claro alejamiento de la cultura de compromiso y moderación que ha impedido la politización al estilo estadounidense del más alto tribunal alemán. La ruptura de las normas por parte de la CDU es análoga a la negativa de los republicanos estadounidenses a considerar siquiera al candidato de Barack Obama para la Corte Suprema en 2016.
A pesar de que los líderes de la CDU afirman ser la última defensa de la democracia contra el auge de la extrema derecha, el partido está cayendo en las trampas de la guerra cultural que les ha tendido la extrema derecha. No es inevitable que el último gran país con un cortafuegos para contener a la extrema derecha siga el mismo camino que tantas otras democracias europeas. Pero ese escenario es cada vez más realista.
*Profesor de Política en la Universidad de Princeton, es autor, más recientemente, de Democracy Rules (Farrar, Straus and Giroux, 2021).
