
(Bruselas) El año pasado, el ex primer ministro italiano Mario Draghi elaboró un informe histórico sobre el futuro de la competitividad europea, en el que recomendaba que la Unión Europea aumentara la inversión anual en más de 800.000 millones de euros (930.000 millones de dólares) -el equivalente a más del 4% de su PIB-. Este informe ahora se ha convertido en la base intelectual de una estrategia ambiciosa para revitalizar el crecimiento en Europa. Pero Europa debe tener cuidado con lo que desea. Como ha demostrado Japón, la inversión no es la panacea.
La idea de que más inversión es la clave del éxito económico está muy arraigada en Europa. La llamada Estrategia de Lisboa, lanzada en 2000, pretendía aumentar la inversión en investigación y desarrollo hasta el 3% del PIB. Ese objetivo ha permanecido en la agenda oficial de la UE durante un cuarto de siglo, pero nunca se ha alcanzado. En 2015, la Comisión Europea sumó otro objetivo de inversión: su Plan de Inversiones para Europa pretendía movilizar 315.000 millones de euros de inversión adicional en tres años, con el fin de aumentar la competitividad y el crecimiento a largo plazo.
Ahora bien, la inversión no ha salvado a Japón de varias décadas de estancamiento. Desde 1970, la formación bruta de capital fijo de Japón ha promediado -y, a menudo, superado significativamente- el 30% del PIB. Esta cifra es muy superior no solo al promedio de la UE, sino también a la de Alemania, la economía más fuerte de la UE, donde la formación bruta de capital fijo ha rondado el 23% del PIB. La diferencia de cuatro puntos porcentuales entre los valores más recientes (26% en Japón y 22% tanto en Alemania como en la UE) equivale a unos 800.000 millones de euros anuales -exactamente la cantidad que Draghi recomienda sumar a la inversión total de la UE.
Por supuesto, el tipo de inversión es relevante. Mientras que la inversión en nueva maquinaria lleva a rendimientos decrecientes una vez que la empresa tiene capacidad suficiente para atender el mercado, la inversión en nuevas ideas teóricamente no debería estar sujeta a tales restricciones. Pero si se considera la inversión en I+D, Japón tiene un desempeño aún mejor. En 2000, cuando la UE fijó el objetivo de la Estrategia de Lisboa, Japón ya invertía casi el 3% de su PIB en I+D -una tasa que ha mantenido durante los últimos 25 años, frente al promedio del 2% de la UE.
Sin embargo, a pesar de las impresionantes tasas de inversión en capital fijo e I+D, la economía japonesa se debilitó en el último cuarto de siglo. En las décadas de 1980 y 1990, Japón se jactaba de ser la segunda economía del mundo, impulsada por un sector manufacturero que parecía imbatible. Ahora, Japón es la cuarta mayor economía del mundo, habiendo caído recientemente por detrás de Alemania a pesar de tener una población mucho mayor (120 millones, frente a 80 millones), debido en parte a la depreciación del yen.
Se podría argumentar que se trata de una comparación injusta, porque evaluar una economía a los tipos de cambio actuales, sin tener en cuenta los diferenciales de inflación, no refleja adecuadamente la calidad de vida. Pero si nos fijamos en el ingreso per cápita en paridad de poder adquisitivo, Japón estaba más o menos a la par con Alemania hace 20 años, y ahora está peor que Italia. En cualquier caso, los tipos de cambio no son irrelevantes, al menos políticamente: los japoneses son muy conscientes de la disminución de su poder adquisitivo cuando viajan al exterior, y sin duda se dan cuenta de que los turistas extranjeros alardean de su poder adquisitivo en Japón. Esto puede haber contribuido a crear un terreno fértil para la extrema derecha.
¿Qué explica, entonces, el bajo rendimiento económico de Japón? La respuesta no es una demografía desfavorable. De hecho, la población japonesa no se está reduciendo tan rápido como sugiere la creencia generalizada, ya que desde principios de siglo solo ha disminuido en tres millones de personas, hasta algo menos de 124 millones el año pasado, con un aumento del empleo de diez puntos porcentuales.
Para explicar los problemas de Japón hay que mirar más allá de las cifras de inversión. Aunque la inversión en I+D es fuerte, se produce sobre todo en las grandes empresas, interesadas principalmente en introducir mejoras incrementales en los productos o procesos existentes, en lugar de desarrollar ideas o tecnologías radicalmente nuevas. La verdadera innovación es mucho más probable en las startups, pero en Japón -como en la UE- quienes más gastan en I+D siguen siendo los mismos desde hace décadas.
Las grandes empresas han reconocido las limitaciones de sus esfuerzos de I+D internos. Algunas incluso han creado departamentos especializados de Capital Riesgo Corporativo (CVC por su sigla en inglés), encargados de buscar ideas prometedoras fuera de sus estructuras corporativas. Pero, en 2022, los principales inversores en I+D en Japón representaron apenas el 7,3% de la inversión mundial en CVC. Esto es aproximadamente un tercio del porcentaje de las empresas de la UE (22%), pero dado que la economía de la UE es unas cuatro veces mayor que la de Japón, estos niveles son similares, en términos relativos.
Sin embargo, la UE obtuvo mejores resultados que Japón en otro aspecto: más del 40% de la inversión en capital riesgo corporativo de las empresas europeas se destinó a startups locales. En Japón, ese porcentaje fue minúsculo -0,01%- y el resto se destinó principalmente a startups en Estados Unidos. Por otra parte, las empresas estadounidenses e incluso japonesas han aportado una financiación de CVC sustancial a empresas de la UE, que atrajeron en total alrededor del 9% de la financiación de CVC mundial en 2022. Esto es mucho menos que el 80% que fue a parar a Estados Unidos, pero también significativamente más que la ínfima parte -cercana a cero- que fluyó hacia Japón.
La lección para la UE es clara: en lugar de centrarse simplemente en aumentar la inversión, debe tratar de nutrir y fortalecer su ecosistema de innovación. Solo así será capaz de generar el tipo de ideas e invenciones revolucionarias que sustentan la competitividad global en el siglo XXI.
