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Arturo Frondizi, un hombre de Estado que quiso modernizar la Argentina

hace 10 horas en clarin.com por Clarin.com - Home

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Arturo Frondizi, un hombre de Estado que quiso modernizar la Argentina

“No renunciaré, no me suicidaré, no me iré del país”. Con voz firme, y un ligero tono desafiante, Arturo Frondizi, el primer presidente constitucional luego de la Revolución Libertadora de 1955, que había expulsado del gobierno a Juan Domingo a Perón, daba una muestra de carácter ante la asfixiante presión golpista de los cuarteles. Aun sabedor de que una sumatoria de circunstancias había sellado ya su destino político como presidente de la República elegido por el voto popular en 1958: el pronunciamiento militar en su contra, ocurrido el 29 de marzo de 1962, era entonces sólo cuestión de horas.

Hijo de inmigrantes italianos (Giulio Frondizi e Isabella Ercoli) radicados en Paso de los Libres, Corrientes, compartió familia con dos hermanos notorios: Silvio, calificado profesor, uno de los fundadores del trotskismo vernáculo, asesinado por la banda de la Triple A durante el gobierno de Isabel Perón; y Risieri, filósofo que llegaría a rector de la Universidad de Buenos Aires, desde cuyos claustros se opondría al hermano presidente por el proyecto oficial de permitir a las universidades privadas la habilitación de títulos para el desempeño profesional.

Esa batalla de ideas, educativa, social y cultural, que encontró a dos hermanos Frondizi en veredas opuestas, se conoció como “laica o libre” y fue uno de los aspectos destacados del gobierno del radicalismo intransigente encabezado por Arturo.

A 30 años de su muerte, ocurrida en la madrugada del 18 de abril de 1995 a los 86 años, víctima de achaques propios de la vejez, Frondizi bien puede ser recordado como un político con sólida formación intelectual, o como un intelectual de intensa vocación política. De muy joven se afilió a la Unión Cívica Radical y pronto sería uno de los líderes que renovaron al partido en los años 40 al dar origen a la corriente interna Movimiento de Intransigencia y Renovación, que en 1946 lo llevaría a ser elegido diputado nacional por la ciudad de Buenos Aires, y en las elecciones de 1951 a acompañar en la fórmula a Ricardo Balbín, candidato presidencial del partido, con una visión del radicalismo más conservadora que la que proponía el impetuoso joven correntino.

Su objetivo de entonces era ponerle freno al peronismo que se encaminaba a consagrar el segundo mandato de Perón, que finalmente lograría el jefe justicialista. El líder en ciernes del viejo radicalismo yrigoyenista ejercería su carácter opositor como vicepresidente del bloque radical en el Congreso, con discursos fogosos producto de una oratoria pulida y certera. En 1954 saltaría a la presidencia de la Convención Nacional partidaria, puesto clave en la nomenclatura radical.

Derrocado el peronismo, Frondizi tomaría distancia del revanchismo de la Libertadora. El divorcio con Balbín fue inevitable. La vieja Unión Cívica Radical ya no tendría un solo tronco partidario ni un solo jefe. De ahí en más surgiría la Unión Cívica Radical del Pueblo (Balbín, UCRP) y la Unión Cívica Radical Intransigente (Frondizi, UCRI), cada cual con su liderazgo.

Ricardo Balbín y Frondizi: referentes de la renovación del liderazgo radical en los años 1940.

Un controvertido pacto con Perón para las presidenciales de 1958 le abriría a Frondizi las puertas de la Casa Rosada. Acuerdo en principio negado por ambos, sólo una semana antes de la votación se conoció la rotunda orden de Perón a su grey militante: había que votar por Frondizi. Las urnas hablaron el 23 de febrero de 1958, incluso lo harían aún antes del escrutinio con un porcentaje de votantes del 90%, el más alto de la historia electoral argentina hasta hoy.

Los candidatos radicales partieron en dos al electorado: Frondizi se impondría con 49,49% contra un 31,83% de Balbín. Perón, pese a su persona, su palabra y su prédica prohibidas en la Argentina, había sido el árbitro de la elección. El investigador y sociólogo Carlos Altamirano, un estudioso del frondicismo, sostiene en su obra “Los hombres del poder” que la aproximación de Frondizi al peronismo, más allá del pacto, expresaba “el proyecto de una síntesis”. Y destaca que desde la oposición de izquierda se preguntaban: “¿Es Frondizi el nuevo Perón? No, es el Perón de la clase media”.

A seis meses de haber asumido, Frondizi se quedó sin vicepresidente: Alejandro Gómez renunciaría por desacuerdos con el viraje del jefe del Ejecutivo en su política petrolera. El clima no era el mejor. El flamante presidente no sólo tenía enfrente un peronismo demandante de promesas incumplidas del pacto con el exiliado innombrable (el decreto 4161/56 del dictador Aramburu prohibía nombrar a Perón. El peronismo, sus símbolos y A Evita también), sino también a rebeldías de su propio partido.

El sindicalismo peronista más combativo también se opondría muy temprano a las políticas de Frondizi y recurriría a paros y medidas de protesta a veces violentas. El balance sería de tres huelgas generales, además de numerosos y prolongados pleitos obreros: operarios de la carne, metalúrgicos, bancarios, textiles, ferroviarios. Algunos quedarían registrados para siempre en la mitología simbólica de las “luchas obreras”, como la toma del frigorífico Lisandro de la Torre (1959), que provocó una pueblada en el porteño barrio de Mataderos.

El desalojo se produciría con tanques y tropas de guerra. Hubo numerosas detenciones y heridos en escaramuzas reiteradas. Más de cinco mil operarios perderían sus empleos. La efervescencia política, gremial y estudiantil hizo que el Ejército reclamara la Ley Marcial, situación que llevaría a Frondizi a implantar por decreto, entre marzo de 1960 y agosto de 1961, el plan de Conmoción Interna del Estado (CONINTES), que afectaría derechos como el de huelga, normas sindicales y libertades individuales.

En materia ferroviaria la pulseada fue casi continua, en especial por el “Plan Larkin”, así llamado porque lo financiaría el Banco Mundial, a cargo de un ingeniero y ex general del Ejército de EE.UU., Thomas Larkin. Frondizi lo había presentado como un proyecto para rediseñar la matriz ferroviaria del país. Una huelga del sector se prolongaría 42 días y recién se levantaría luego de una mediación de la Iglesia.

A la vez, el presidente abriría la Argentina al mundo. Se entrevistaría dos veces con el presidente estadounidense, John Kennedy, haría giras por Latinoamérica y Europa, recorrería más kilómetros que todos los presidentes de la era moderna considerados en conjunto en todos sus mandatos. Pero el eje de su política exterior sería la relación con el régimen comunista de la Cuba de Castro, motivo de una recurrente tensión con Washington.

Cumbre en Palm Beach. Kennedy, Frondizi y su comitiva. Fue en diciembre de 1961.

En sus dos citas con el presidente Kennedy (una en los pasillos de la ONU, en Nueva York, y otra en la residencia veraniega de Palm Beach, Florida), Frondizi se mostraría como un sutil “aliado independiente” de EE.UU. A los militares argentinos no les agradó esa distancia crítica: era demasiado para su vocación golpista entonces perpetua y su carácter de soldados practicantes del anticomunismo más obstinado.

Pese a las sugerencias informales y señales políticas claras de EE.UU., la Argentina de Frondizi no apoyaría con su voto la expulsión de Cuba del sistema interamericano de la OEA, ocurrida el 31 de enero de 1962. Apenas aportaría su abstención. Eso y una visita relámpago del argentino Ernesto Che Guevara, ministro de Industria de la isla, a la residencia de Olivos, en riguroso secreto, luego burlado, pondría a los militares a las puertas mismas del golpe de Estado.

La caída del gobierno frondicista tendría lugar siete meses después del viaje relámpago del Che del 18 de agosto de 1961: un golpe de Estado desencadenado por las elecciones del 18 de marzo de 1962, cuando Frondizi asumiría el riesgo de habilitar al peronismo bajo otras nominaciones (Unión Popular, Tres Banderas, Laborista) con un resultado adverso demoledor para el gobierno. La decisión inmediata de ordenar la intervención en las provincias en las que se había impuesto el peronismo ortodoxo y sus variantes neoperonistas, fue un fogonazo tardío.

Fidel Castro en Argentina en 1959. La cercanía de Frondizi con el líder cubano generó tensión con los militares.

La clave estuvo en la abrumadora ventaja peronista en la provincia de Buenos Aires con la fórmula Framini-Anglada, que se presentó como Unión Popular: 1.172.000 votos contra 732.000 de la intransigencia radical. Fue su tumba política. El 28 de marzo, diez días después de las elecciones, los tres comandantes en jefe (Raúl Poggi por el Ejército, Cayo Alsina por la Aeronáutica y Agustín R. Penas por la Marina) exigieron la renuncia del presidente. Todas las guarniciones militares del país se movilizaban para ocupar lugares estratégicos. Frondizi estaba destituido, pero se negaba a dimitir.

Al amanecer siguiente, luego de una nueva reunión con las cúpulas militares, el Presidente les daría a los militares insurrectos la solución para escapar de ese pantano de la historia sin escándalos ni violencia. El investigador estadounidense Robert Potash, en su celebrada investigación sobre el vínculo entre el Ejército y la política en el país, así lo contó: “Si ustedes me preguntaran a mí, al doctor Frondizi, y no al presidente de la República, qué debe hacerse, les aconsejo lo siguiente. Primero, debo ser detenido en una base militar; segundo prefiero la Isla Martín García; tercero el arresto debe hacerse a las 8 de la mañana con el cambio de guardia demorado quince minutos, de modo que las tropas que custodian al presidente no se sientan obligadas a combatir”. Así se hizo: Frondizi diseñó su propia salida del poder. El senador radical por Rio Negro, alineado con su corriente interna, José María Guido, asumió la presidencia bajo tutela militar. Y Frondizi iría preso durante 16 meses.

Tras ser derrocado, Frondizi fue trasladado a la isla Martín García donde quedó detenido.

En 1964, luego de que su correligionario Arturo Illia, elegido presidente el año anterior, anulara los contratos mediante los cuales Frondizi había abierto la explotación de parte de los recursos a las grandes petroleras mundiales, el presidente depuesto daría el portazo al radicalismo que lideraba y fundaría con Rogelio Frigerio el Movimiento de Integración y Desarrollo (MID). Se llevaba una cocarda: haber logrado el autoabastecimiento petrolero. Desde allí se acercaría nuevamente a Perón, que en abril de 1955 había alcanzado un acuerdo con el consorcio California Argentina, una subsidiaria de la poderosa Standard Oil. Luego de un inicial apoyo al golpe de Onganía contra Illia (1966), su “enemigo íntimo”, Frondizi en sintonía con Perón y el peronismo no dialoguista, rechazaría la cercanía de Onganía, en desacuerdo con algunos rasgos de un nacionalismo ultramontano y fascistoide del general golpista.

En 1972, con el regreso de Perón al país, llegaría la reconciliación definitiva entre ambos. Se dice que incluso Frondizi fue armado a Ezeiza cuando trascendió que su aliado político estaba prisionero de la dictadura de Lanusse. Como jefe del MID sería parte del Frente Justicialista de Liberación en las elecciones de 1973. Sin embargo, el mejor Frondizi ya había pasado. Quedaba su legado. Haber impulsado junto a Rogelio Frigerio, un intelectual que en su juventud se había interesado en las lecturas del marxismo clásico, un modelo de país que apuntaba a la modernización productiva, el autoabastecimiento petrolero, la inversión privada y el desarrollo de las industrias de base, como palancas para enmendar el crónico subdesarrollo argentino.

Fue presidente de la República, jefe partidario, legislador, intelectual con pensamiento crítico, político de cabo a rabo, orador fogoso, hombre de Estado al servicio de la Nación, cuando el Estado no era una mala palabra. Han pasado 30 años de su partida. Y en ese tiempo corrió tanta mediocridad política bajo los puentes de la historia, que no ha hecho sino engrandecer su recuerdo.

Osvaldo Pepe

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