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Trump aisló a China deliberadamente, al imponerle un arancel especial de 145% prácticamente le clausuró el acceso al mercado norteamericano. Esto ocurrió cuando aceptó negociar las ofertas que le brindaron más de 130 países en el mundo, a los que le impuso sus “tarifas recíprocas”, con el agregado de que además suspendió sus efectos por 90 días.
De esta manera Trump concentra ahora sus energías en su única preocupación estratégica real, que es China, a la que considera el eje del actual sistema de comercio internacional, centrado en la hegemonía manufacturera que ha consolidado en los últimos 15 años a través de la acumulación de un fenomenal superávit de cuenta corriente (superávit comercial). Ese superávit de la República Popular alcanza a 13% del PBI, que se sustenta en una brecha comercial favorable con el sistema global de más de U$S 1 billón en 2024. El l mayor comercio bilateral del mundo es el que China mantiene con EE.UU. y el saldo positivo para las exportaciones chinas supera los U$S 300.000 millones.
Por eso para EE.UU. el único país relevante en el mundo es la República Popular, cuyos datos macroeconómicos centrales son los siguientes: la tasa de inversión asciende a 47% del PBI, y el total de reservas del Banco del Pueblo de Beijing alcanza a U$S 3,7 billones, 3 veces más que las del 2°, que es el Banco Central de Japón (BOJ)/U$́S 1,1 billones.
Esta economía dispone del mayor superávit comercial del mundo/cuenta corriente, pero con una de las tasas de consumo individual más bajas del planeta: el consumo individual de China alcanza a 38% del PBI, lo que implica 20 o 30 puntos menos que los países del G-7, y es menos de la mitad de la capacidad consumidora de EE.UU., que trepó este año a 87% del producto.
Este sistema absolutamente desequilibrado está al mismo tiempo completamente integrado con la economía capitalista del siglo XXI. La relación PBI/comercio internacional asciende en China a 75% del producto.
EE.UU. por su parte, la primera economía del mundo (U$S 26,5 billones/25% del PBI global) ofrece indicadores que son exactamente los contrarios: el déficit de cuenta corriente es de -1,9% del PBI, y está acompañado por un déficit fiscal de -6,9% del producto, lo que hace que aumente sistemáticamente su deuda pública, que alcanza ya a U$S 36 billones (120% del producto), con intereses que ascienden a U$S 1,9 billones por año, lo que significa que la deuda aumenta U$S 2 billones cada 12 meses.
Es en este punto y momento que Trump le ha clausurado a China el acceso al mercado norteamericano, lo que significa que la República Popular se ha quedado sin opciones en las que colocar su gigantesco superávit comercial.
Esto hace que la cuestión entre EE.UU. y China ha dejado de ser un problema comercial, y se ha convertido en una puja geopolítica estrictamente de poderes.
Lo que Trump le exige a China es que recorte drásticamente sus exportaciones globales y modifique la actual relación ahorro/inversión de la segunda economía del mundo.
China es hoy la primera potencia súper-manufacturera del sistema global, y se sustenta fundamentalmente en la alta tecnología de la 4° Revolución Industrial. Y lo que hace posible esta fenomenal búsqueda de la supremacía manufacturera es que dispone del mayor superávit comercial del planeta, que ascendió este año a U$S 1 billón.
La situación de China en este rubro crucial surge de los siguientes datos: su superávit comercial es mayor al de EE.UU., Japón, Alemania y Corea del Sur combinados; el superávit comercial que mantiene con la Unión Europea (UE) es 3 veces superior al total de los productos que ésta le vende, en tanto que con EE.UU es 5 a 1.
A todo esto hay que sumar los gigantescos superávits que tiene con México, Vietnam, Tailandia e India, entre otros.
El resultado es que China produce más de un tercio de los productos manufacturados del sistema, y lo hace en toda la escala técnico/productiva.
Todo esto es obra de una excepcional ventaja comparativa incentivada y organizada en los últimos 30 años, y que se despliega en la zona sur de su territorio (9,60 millones de km2), con sus centros nodales en la Península de Guangdong (Shenzhen) y la ciudad de Shanghai, y su luminoso hinterland ubicado sobre la Cuenca del Yangtzé.
En esa zona, por ejemplo, la industria productora de automóviles eléctricos (VE), sumada a la fabricación de baterías de litio, se producen 3 de cada 4 unidades del sistema global, con costos por unidad que son 30% inferiores a las que se originan en la Unión Europea (UE) y en EE.UU., a lo que hay que agregar más de 80% del total de las patentes VE.
A todo ésto se enfrenta el intento de Trump de transformar a EE.UU. en una “superpotencia manufacturera” de tecnología avanzada.
Lo que ha hecho ahora Trump es convertir una puja comercial de largo plazo en un choque directo, de efectos inmediatos, con China, en la comprensión de que en la estrategia el tiempo es todo, y la ocasión – si es que existe – es siempre ahora.
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