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El mundo siniestro de las redes de pedofilia en la Argentina

hace 21 horas en clarin.com por Clarin.com - Home

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Miguel Wiñazki

En una dimensión aberrante, el abuso infantil se esconde en guaridas y se propaga desde ciber-guaridas.

Las redes sociales amplifican la libertad de expresión y conectan a millones. Pero como toda herramienta, ofrecen un reverso.

Facilitan la comunicación abierta claro, pero también permiten camuflar delitos atroces como la pedofilia, tejiendo redes criminales que operan con impunidad en los pliegues del ciberespacio y la vida cotidiana.

El caso de los hermanos Kiczka en Apóstoles, Misiones, expuso una vez más la proliferación de estos crímenes que conjugan tecnología con la explotación sexual a gran escala. En una localidad de 45.000 habitantes, Germán y Sebastián Kiczka eran figuras conocidas, integradas y vistas como “buenas personas”. Nada más lejos de la verdad.

Germán, ex diputado provincial hasta 2024, fue condenado a 14 años de prisión efectiva por tenencia, facilitación y distribución de Material de Abuso Sexual Infantil (MASI): miles de archivos con imágenes de menores violados y abusados. Su hermano, Sebastián, recibió 12 años de prisión por tenencia y facilitación de videos de violaciones y abuso sexual simple de una adolescente de 15 años. Su centro de operaciones era la pizzería “Leo Pizza Club”, bajo una fachada de pizzas, milanesas y postres para San Valentín, ocultaba un tráfico de aberraciones. Familias acudían inocentemente a comer, sin sospechar que detrás de las promociones se escondían demonios.

Un supuesto periodista militante, si cabe el oxímoron, Ezequiel Guazzora, se mostraba como justiciero y denunciador ante cámaras, y era, es, un monstruoso pedófilo.

Son las dos caras de los abusadores duplicando siempre sus personalidades perversas.

Un rostro que se manifiesta bondadoso o justiciero, y el otro, el real, el siniestro.

Las redes de pedofilia operan con tácticas simples en un sentido pero también sofisticadas, camufladas en la cotidianidad. El grooming, es una de sus herramientas más dañinas: los agresores se presentan como figuras amigables, ofreciendo regalos o dinero para obtener imágenes sexuales de menores. Utilizan tecnologías encriptadas, aplicaciones que simulan beneficios y utilidades para sus consumidores menores, y hasta operan desde cárceles con celulares.

En rigor el abuso nunca es virtual. Son niños físicamente abusados y eventualmente filmados.

Guazzora, de azul, también condenado por el abuso sexual de una menor.

Hace cinco años, el caso del Club Atlético Independiente reveló abusos sistemáticos contra 15 menores, orquestados por un ex árbitro, un representante de jugadores y un organizador de torneos.

En 2024, la Operación Cisne Negro detuvo a un técnico informático en Ituzaingó con 110.000 archivos de MASI. Ese mismo año, más de 100 allanamientos en 65 localidades bonaerenses desarticularon una red que operaba en WhatsApp y Telegram, con grupos cínicamente nombrados “Todo en familia” o “Porno Hermanos”. Entre los detenidos había docentes, enfermeros, empleados públicos e internos carcelarios.

El abuso también ha encontrado refugio en múltiples instituciones religiosas. El caso del Instituto Próvolo, donde clérigos violaban niños con discapacidad auditiva y oral, es un recordatorio del horror que no conoce límites.

Escribe y describe Mario Vargas Llosa en El Pez en el Agua, su libro de memorias, publicado en 1993, un episodio autobiográfico:

“... el Hermano Leoncio se me había acercado… Y, de pronto, sentí su mano en mi bragueta. Trataba de abrírmela a la vez que, con torpeza, por encima del pantalón me frotaba el pene. Recuerdo su cara congestionada, su voz trémula, un hilito de baba en su boca. A él yo no le tenía miedo, como a mi papá. Empecé a gritar “¡Suélteme! ¡Suélteme!” con todas mis fuerzas y el Hermano, en un instante, pasó de colorado a lívido. Me abrió la puerta y murmuró algo como “pero por qué te asustas”. Salí corriendo hasta la calle.

Hoy, las denuncias anuales, son decenas de miles pero representan apenas una fracción de los casos reales.

La hiperconectividad agrava el problema. Los menores argentinos, de entre 9 y 17 años, pasan unas 7 horas diarias frente a pantallas, según Grooming LATAM. Cuatro de cada diez niños menores de 9 años tienen celular, un dispositivo tan universal como peligroso. ¿Con quiénes interactúan? ¿Qué mundos transitan? Los riesgos acechan tanto en el mundo virtual como en el real.

Las redes de pedofilia son una sociedad paralela: cruel y astuta. Los operativos y las investigaciones policiales han logrado desmantelar algunas, pero el delito persiste. Combatirlo exige más que justicia a posteriori: requiere prevención, educación digital y supervisión parental.

Este no es un insumo para el sensacionalismo periodístico; es una tragedia que demanda seriedad.

Miguel Wiñazki

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