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Ucrania y los misiles de Joe Biden: trasfondos de la guerra de mil días

hace 24 horas en clarin.com por Clarin.com - Home

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Marcelo Cantelmi

Una visión amplia de la guerra constata que Ucrania ha estado combatiendo con una mano atada a la espalda, en desventaja. Es la que Joe Biden le acaba de desatar al permitir que Kiev bombardee con misiles occidentales de largo alcance las bases militares desde las que Rusia ataca al país europeo. Son proyectiles norteamericanos pero también hay británicos y habrá franceses.

La medida marca un giro crucial en la guerra de mil días que se libra en esas fronteras. Aunque no cambie de modo radical el curso del conflicto, importa su efecto político. La decisión de Biden y sus aliados europeos equilibra el terreno al mismo tiempo que desafía una línea roja que el autócrata Vladimir Putin instaló entre la OTAN y el arsenal nuclear ruso, el mayor del mundo.

La noción que expone el líder del Kremlin es que un ataque en su territorio implicaría la escalada del conflicto al conjunto de la Alianza Atlántica. Sería la tercera guerra mundial, un concepto que aparece con inquietante frecuencia ya en análisis y declaraciones. Es el espectro que Putin manipula para ganar iniciativa usando hasta el desgaste la amenaza nuclear como peaje extorsivo para salir victorioso de este conflicto.

Lo acaba de remachar al promulgar la legislación que habilita el uso del arma atómica ante un ataque convencional a su país, respuesta previsible a la movida de Biden. También con un mensaje este jueves en el cual globaliza la guerra y se atribuye el derecho a golpear cualquier blanco occidental exhibiendo un nuevo misil de mediano alcance. Del otro lado lo dejan obligado al prepoteo descontando que no pasaría de ahí.

“El arsenal nuclear es la última moneda de cambio con que cuenta Rusia y es costumbre que la use como palanca de presión", advierte David Langer en The New York Times. Joseph Nye, el enorme geopolitólogo emérito de Harvard también avisó tiempo atrás sobre este posible exceso, pero aclaró que Putin puede ser dogmático, pero difícilmente suicida.

No todos lo ven de ese modo, especialmente en el vecindario ruso. El gobierno sueco acaba de actualizar un manual público de crisis que incluye fórmulas de aprovisionamiento de víveres y como usar las pastillas de iodo que auxilian contra la radiación. Lo mismo hicieron Finlandia, Noruega y Dinamarca.

Donald Trump y Volodimir Zelenski en Nueva York. Foto Reuters

“La perspectiva general es que no se puede excluir la posibilidad de un ataque armado”, explicó Svante Werger, de la Agencia Sueca de Contingencias Civiles. “El entorno de seguridad global se ha vuelto más impredecible”, concuerda Erikka Koistinen, directora de comunicaciones del Ministerio del Interior de Finlandia.

Suena a paradoja que mientras el conflicto parece escalar a esos niveles imprevisibles incluso de pánico, detrás del escenario, sigilosamente, es muy probable que se esté andando el camino a una solución a la guerra. Una cuestión no está desligada de la otra. Cómo se llegue a ese punto definitorio será central para discutir las condiciones.

Rusia ha venido mejorando su posición en el terreno con avances importantes de hasta un kilómetro diario en el este en una de las ofensivas más potentes desde el inicio de la guerra. El presidente ucraniano Volodimir Zelenski reconoció recientemente las dificultades crecientes de su ejército en el frente con la tropa agotada. Eso incluye el sorprendente desembarco de unos 10 mil soldados norcoreanos del lado ruso, el pretexto de Biden para esta decisión misilística.

La importancia de esa presencia en el terreno no es su potencial militar, sino la implicancia del alcance de la alianza que se ha formado entre estos dos jugadores dentro del eje anti occidental que suma a Irán y encabeza decididamente China. En ese desafío de magnitud hay muchas claves que explican comportamientos que pueden parecer contradictorios.

Trump ha multiplicado en la campaña las señales de que buscaría resolver esta crisis si es preciso a favor de Moscú. Sin embargo, en el campamento del presidente electo, salvo los más dogmáticos como su hijo del mismo nombre o conocidos pro rusos como Marjorie Taylor Greene, no hubo el aluvión de repudios que podría esperarse al anuncio de Biden que configura un cambio en la guerra a solo dos meses que asuma su sucesor. Trump, que no suele descansar de las redes, también se ha mantenido en silencio.

El magnate es improbable que haya cambiado sus ideas sobre deshacerse de este conflicto y no necesariamente para ahorrar los insumos multimillonarios que requiere de modo constante Kiev, como demagógicamente prometió en la campaña. Ese costo es un detalle en el presupuesto norteamericano, advierte el Premio Nobel Paul Krugman.

Para disipar dudas, Trump acaba de designar al frente del aparato de inteligencia, incluyendo a la CIA, a una ex congresista demócrata, Tulsi Gabbard, a quien Moscú considera una “camarada” por su pública simpatía con el Kremlin y hasta justificar la invasión a Ucrania en culpas norteamericanas. Este nombramiento está a tono con un universo de otros altos funcionarios como el futuro canciller Marco Rubio o el vicepresidente J.D. Vance que han exhibido su desdén por el drama de Kiev y reducen el valor geopolítico del conflicto.

Los misiles ATACMS, con alcance a 300 kilómetros que dispara Ucrania a blancos en Rusia. Foto AP

Pero hay otras consideraciones que ganan peso con la cercanía con el poder. Desde su primer mandato Trump definió a China como la mayor amenaza de EE.UU., un criterio que adoptó también Biden. Beijing es el principal aliado de Moscú en el nuevo eje Este-Oeste que completan Irán y Norcorea. Desarmar esa sociedad que define la geopolítica de la etapa, puede parecer ilusorio, pero su existencia une con un mismo sedal la guerra de Ucrania, las de Oriente Medio con Teherán en la mira, la beligerancia de Pyongyang en el nordeste asiático y la competencia hegemónica con Beijing. Están ahí todos los enemigos de la potencia norteamericana.

Trump y su equipo estratégico probablemente asuman que no es posible apagar el conflicto ucraniano con la victoria nítida que pretende Rusia. Ese desenlace puede depararle al republicano el mismo costo que sufrió Biden con la salida desordenada de Afganistán, como ya ha señalado esta columna. Pero por encima de ese disgusto, convertiría en un acierto la decisión china de constituir la “alianza sin límites” que el presidente Xi Jinping forjó con Putin horas antes de la invasión de febrero de 2022.

El autócrata ruso Vladimir Putin. Foto AP

Es por eso que la dimensión real de este conflicto determina que una derrota de Ucrania debilitaría a Occidente y a EE.UU. y fortalecería a China. También por eso el establishment mundial se enfila detrás de Kiev, a disgusto incluso. Tienen mucho que perder si falla la ecuación.

Hace una semana, el miércoles 13, Biden y Trump se reunieron en la Casa Blanca para acordar una transición fluida. Ese encuentro incluyó el capítulo de Ucrania y disparó las especulaciones sobre si ambos hombres pactaron estos movimientos. Es probable. No todo suele ser lo que parece.

Los misiles ATACMS de largo alcance como sus similares europeos, son poderosos pero pueden ser destruidos por las eficientes defensas rusas. Lo que importa es que “alcanzan los puestos de mando, las unidades militares, los sistemas de apoyo logístico, arsenales, aeropuerto y bases de lanzamiento de proyectiles”, enumera Mykhailo Samus, del Centro de Estudios del Ejército en Ucrania. "Le desarma el santuario que armó Putin" en la frontera, explica a la BBC Kurt Voolmer, ex enviado de la Casa Blanca a Ucrania.

Para que esta observación se aleje del terreno especulativo conviene recordar que Zelenski luego de un reciente encuentro extenso con Trump sorprendió al comentar que con el regreso del republicano se lograría un acuerdo que finalice la guerra en términos justos. "EE.UU. está con Kiev", añadió. La insistente y furiosa lluvia de misiles de estos días sobre Ucrania, incluidos últimamente los balísticos, puede estar revelando que Putin sabe mucho más de estas trastiendas de lo que suponemos.

Marcelo Cantelmi

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